"El astro rey se acercaba a su cenit" |
Hacía calor, un maldito, un asfixiante calor.
Ciertamente, era verano y todos esperábamos que la luz solar acariciara nuestros cuerpos, bruñera nuestras pieles y dorara nuestras epidermis; pero lo de aquel mes de julio estaba resultando insufrible y los tertulianos ad hoc, ignaros de todo conocimiento, salvo de charlatanería y desvergüenza, atribuían el fenómeno del calor agobiante a la acción humana, enemiga del orden natural, al cambio climático o a cualquier otro agente desconocido y ajeno, en el cual descargar nuestro mal humor.
Pero eso no aliviaba el sopor de los días y, en mis ojos, a primera hora de la mañana, se había formado ya una extraña neblina; además, un reverbero de luces y un golpe constante de sudor en las sienes limitaban mis pasos, restringían mis actividades y atoraban mis sentidos.
A medida que el día pasaba, y el astro rey se acercaba a su cénit, el sudor perlaba mi frente y enormes gotas caían por mi rostro, perdiéndose en las extremidades y en el suelo del despacho.
Al principio, bastó el pañuelo para achicar las profusas aguas que iban cayendo, pero pronto mi boca se inundó de sales, de humedades varias y de texturas que me recordaban, vagamente, al mar de las vacaciones de mi infancia.
Intenté atajar el río que se iba desbordando desde mis poros hacia el suelo, donde se iban formando charcos innúmeros y sutiles; traté, asimismo, de achicar aquella catarata de aguas, extrañamente, saladas, como podía pero, a medida que el calor golpeaba, mis brazos tuvieron que agitarse, para bracear y no ahogarse en lo que parecía ser un mar oscuro y espeso, con fuerte sabor a humano.
Lentamente, nadando con esfuerzo, no pude ya reconocer el espacio de lo que otrora fue mi oficina y saludé, sin apenas cansancio, a una bandada de gaviotas, mientras que mis compañeros peces saltaban a mi alrededor y las olas frescas me recibían en sus brazos.
ASESINATO.
Cuando el Juez preguntó al reo de asesinato por qué acabó con su víctima, a la cual no conocía, ni guardaba con ella ninguna relación; aquel respondió: “Fue el calor, señoría, fue el maldito calor”.
DOMINGO CARBAJO VASCO
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