Todos los productos se envuelven con mimo |
Vitrina interior |
Es La Pajarita, establecimiento donde Vázquez de Mella, si me apuran, es un progresista del alimón. Usan para envolver sus cajitas el papel original de la primera tienda, la de la Puerta del Sol 6, ese que aparece un prefijo, el 21, y cuatro cifras: 4914. Los aparatos que debía haber hace 167 años cuando en 1852, seis generaciones antes de los Aznárez actuales, abrieron por primera vez.
Sí, estamos hablando de los caramelitos de violeta y los bombones en forma de pajarita. ¿Hay alguien aún que no los haya probado? Son tan famosos en España porque su sabor es inimitable. Décadas de esfuerzo, de tesón, de velar por lo auténtico, han dejado este poso. "Mi jefe, Lorenzo Aznárez, se jubiló el verano pasado con 90 años" nos cuenta la amable empleada mientras envuelve con mimo las violetas en esa caja con relieve y su cintita de penitencia, como si fuera el estuche de un anillo de pedida. Todo en esa tienda es armonía y orden. Las vitrinas con sus diferentes tamaños de cajitas, el muestrario de los productos, lo que acompaña para acreditar esta marca única en el mundo, desde una máquina de escribir de la época hasta el poder notarial donde se certificaba el traspaso de una generación a otra por si las dudas.
Las pajaritas de chocolate son también exclusivas |
La tienda de la Puerta del Sol cerró en el 91 y esta actual de la calle Villanueva, pequeñita y recoleta, principió en 1965, que también ha llovido. Unas grandes tijeras están sobre el mostrador y le pregunto a la empleada si son de la época de los fundadores, a lo cual sonríe y lo niega, "pero le puedo asegurar que nunca se han estropeado ni las hemos tenido que afilar". Ahora, siguiendo la sacrosanta tradición, es Rocío Aznárez, nieta de Don Lorenzo, y su marido, los que regentan, el verbo no es baladí, este reino del caramelo artesano.
Baratos no son, la mano de obra, el comercio exclusivo, la dedicación, la calidad siempre antes que la cantidad, hace que la cajita pequeña de violetas se ponga en los cinco euros cincuenta. Pero no se preocupen, si con ello consiguen apuntar una lagrimita contenida a la persona que se le regala porque le trae gratos recuerdos de su infancia materna, es el regalo más barato que hacerse pudiera. Los sabores y los olores no desaparecen nunca, se guardan en la memoria hasta que alguien los recupera y La Pajarita de Madrid es nuestro disco duro único. La anti franquicia. Ese invento que está acabando con la identidad de las ciudades porque ya todas huelen igual nada más bajarte del avión y de los trenes y ver los mismos botes de salsa azucarada de tomate y mostaza.
Todos los tamaños, todos los productos |
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