A la entrada de la Casa de la Cultura, o para ser más
exactos, del antiguo matadero municipal, se encuentran arrumbados en el suelo
dos relieves. Los han dejado allí a medio camino, como en un quiero exponerlo
pero no merece la pena; entre un sí, que estén a la vista y un no, pero sin muchas
alharacas. No tienen importancia arquitectónica. Parecen incluso moldes hechos
ex profeso para adornar algunos huecos de fachada. Lo curioso de estas dos
medias lunas es que los rostros de sus respectivos personajes están
desconfigurados, por decirlo de una manera mucho más elegante y actual -desde
el punto de vista informático-, que machacados. Alguien, no se sabe bien si
simplemente como venganza iconoclasta o puro gamberrismo del que aquí existe a
raudales, ha borrado sus caras parece que a martillazos. De hecho, el armazón
de hierros que consolida las esculturas está oxidándose a la intemperie.
Las dos figuras de torso desnudo vistiendo túnicas de forma
clásica, pueden ser consideradas el nuevo emblema de Alcalá de Guadaíra. Ni San
Mateo ni torre del Castillo ni niño muerto: los “borrados” de Alcalá. Los que
perdieron la cara original y ahora no son nada más que restos en las antiguas
salas de despojo animal. Los que otrora fueron algo importante y ahora son del
aluvión, a medio camino entre desguace y chatarra del montón.
Así es nuestro pueblo después de 30 años de municipalismo
democrático: un continuo “borrado”. De su idiosincrasia, de su cultura, de sus
tradiciones, de sus gentes, de sus calles que levantan para cambiar adoquines
por placas de granito que se rompen a los tres meses de colocarlas. De sus
casas que tiran para construir horrendos apartamentos con balcones llenos de
rejas carcelarias y cuartos de baño con una ventana redonda hecha con un
neumático. De fachadas naranjas fosforito o azul añil como escupitajos a la cal
de Morón. Esta es nuestra realidad. La que hemos perdido gracias al empeño y la
desidia de nuestros dirigentes municipales que han demostrado saber de muchas
otras cosas, pero no la más importante, conservar un pueblo, al que han ido
difuminando lentamente hasta perderle incluso la mirada.
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