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Asistimos a la autodestrucción creativa del periodismo. No se asusten,
voy a intentar explicárselo. Las nuevas tecnologías han puesto al alcance de
cualquiera ser informador. El pueblo Twitter tuitea lo que haga falta, desde la
fecha de comunión de tu prima hasta su opinión sobre cómo bajar la prima de
riesgo. Es lo que se ha venido en llamar «periodismo ciudadano», donde el más
influyente de los informadores tiene el mismo espacio, 140 caracteres, que el
primero que pase por la red con ganas de enredar. Una sentencia graciosa, un
chiste soez, un lema de camiseta, tienen la misma validez, desde el punto de
vista contable, que un pensamiento profundo de un autor de reconocido
prestigio; (que por cierto se prodigan poco).
Este fenómeno nuevo lo aprovechan las empresas, los deportistas, los
clubes de fútbol, los políticos, la Iglesia… todos quieren tener su parte
alícuota del pastel de bits. Es gratis y bastante efectivo. Hasta el punto de
que muchas noticias son noticias porque así lo ha decidido el pueblo Twitter:
Borja, Marinaleda, Los Yébenes, Tordesillas… ¿Les suenan? Son el eccehomo
restaurado, por llamarlo de alguna manera, la troupe de Sánchez Gordillo
asaltando supermercados, el vídeo de la concejala masturbándose, el toro
alanceado. Los retuits de estos temas
hacen que salgan calificados como
tendencias. Si a eso se añade unas imágenes en movimiento —sin ellas ya no hay
información—, ya están fabricadas las noticias. El pueblo Twitter vota a golpe
de click y nosotros obedecemos. Además, con el efecto planeta global, estas son
las informaciones de España que trascienden plus ultra de sus fronteras. (Qué
imagen para estos tiempos de crisis)
En la madrugada de ayer alguien colgó en la red, con foto incluida, un
accidente de bicicleta en Sevilla con un muerto por conductor de automóvil
temerario y borracho que lo atropelló. En un momento tuvo cerca de 700
reenvios. No era verdad, este redactor de noche tuvo que llamar a la Dirección
General de Tráfico y a la Guardia Civil para confirmar que se trataba de otro
de los muchos bulos. Los mismos que han matado ya a Fidel Castro varias veces
en la web del pajarito. Pero el mal estaba hecho. Incluso una radio se hizo
eco. Hoy, el que se colgaba la medallita por la «primicia», pide perdón porque
de forma anónima alguien le «coló» una imagen de un atropello ocurrido en 2010,
que para un periodista que trabaja en un diario es toda una eternidad.
Son las dos caras de una misma moneda. Ayudan y confunden. Si no estás
en las redes sociales, te tachan de retrógrado; si participas y sigues a pie
juntillas sus consignas, corres serios riesgos de equivocarte y tirar por la
borda muchos años de profesionalidad en
un par de minutos.
Pero esto no es nada nuevo. Hace siglos existían en España miles de
periódicos. Cada partido, barrio, feligresía, tenía el suyo propio. Era también
una especie de «democratización» de la información, aunque fueran más efímeros
y poco duraderos estos papeles que las promesas electorales de un político.
Miren los que quedan ahora, centenarios como este ABC que tiene entre sus
manos, pocos, muy pocos. No es fácil superar el referéndum diario de la verdad,
la independencia y el buen hacer. La evidencia dice que no todos pueden ser ni
periodistas, ni médicos, ni panaderos, ni abogados, ni albañiles, por muchas
herramientas que faciliten el acceso al trabajo. Esto, que hasta el más necio
lo entiende, parece molestar a muchos «creativos» que nos autodestruimos.
PUBLICADO EN ABC DE SEVILLA EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 2012
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