El nacionalismo separatista quiere hacer incompatible ambas realidades |
Casi cuarenta años de
silencio. De trágala con el movimiento más carca y reaccionario que aparecerá en
los libros de nuestra reciente Historia. De envenenamiento continuo sobre
leyendas imaginadas, cocinadas a beneficio propio, cogidas con alfiler, sin ninguna
base científica ni rigor histórico. De inventarse un enemigo allí donde no lo
hay (nos roban, nos expolian, nos pisan…) para tapar sus vergüenzas, al 3 por
ciento de comisión o de asalto a mano armada al Palau de la Música. Casi
cuarenta años de chantaje a los dos grandes partidos nacionales sin mayorías
absolutas, PP o PSOE, acudiendo al calor del poder central para demostrarle a
su pueblo cautivo que sin ellos no conseguirían nada. De pulso continuo al
Estado de Derecho pasándose por el arc de Berà todas las sentencias donde
ponían en solfa la igualdad de derechos de sus administrados (léase oposiciones
en la función pública, enseñanza en castellano o multas por rotular en
español). De ambigüedad calculada, de tira y afloja, de lloro continuo y grito falso,
de ahora toca tensar la cuerda o sacar las huestes a la calle para pedir la
independencia. De falacias como que fuera de España Cataluña sería la Suiza
europea, cuando ellos han despilfarrado y saqueado en las arcas públicas como
todos. Casi cuarenta años dando la imagen de centristas moderados, de
emprendedores responsables, de buenos gestores que apoyaban la iniciativa
privada y el saber hacer catalán. Y miren por donde, vienen los tiempos
difíciles, y los descubrimos. Ya no hay minorías en Madrid a las que
chantajear, ni dinero para mantener el tinglado de embajadas de risa en el
extranjero, ni paniaguados culturetas que viven a costa de los presupuestos.
Ahora se trata de elegir: hospitales o cursos de inmersión lingüística; asilos
o asociaciones de defensa de lo cateto-identitario; atender a los ciudadanos o
al círculo de militantes, amigotes y parientes que han chupado de vuestros
pechos pseudo románticos.
Y lo peor es que a este
teatrillo de lo absurdo, del nacionalismo más retrógrado, se ha unido una
izquierda que ha tragado el anzuelo. La misma que presumía de
internacionalista, la que consideraba que los derechos de los trabajadores
estaban por encima de sus fronteras naturales, ha dado un giro radical para
mirarse el ombligo y convencerse a sí mismos que el suyo es muy diferente del
del resto de los españoles, ya sean estos andaluces, murcianos o canarios. Qué
lastima de socialismo taimado y cuatribarrado.
Contra esto, no vale
luchar con las mismas armas del nacionalismo. Su odio a España hay que
devolvérselo con infinito amor a Cataluña. Buscan esa finta, que nos pongamos a
su misma altura, para engañarnos, para hacer creer a los suyos: “Lo veis, ya os
lo avisamos, están contra nosotros”. Nada puede favorecer más al secesionismo
que campañas a favor de que saquemos el dinero de sus cajas de ahorro o no
consumamos cava por Navidades. Eso podrá asustar a su clase empresarial, como
todas muy preocupada por las ventas, pero da alas al radicalismo. Tampoco es
aconsejable la rabieta de “que se vayan”. No es la solución del problema sino
el principio del fin. Que se vayan los que han mentido y engañado a su pueblo
creando una falsa esperanza que nunca se podrá llevar a cabo. No se concibe a
España sin Cataluña ni viceversa.
El próximo 12 de octubre, día de la Hispanidad, puede ser una oportunidad.
Un grupo de jóvenes catalanes que se sienten españoles, sin un euro, sin apoyo
de los partidos políticos, sin más medios que las redes sociales, quieren
manifestarse a las 12 en la Plaza de Cataluña de Barcelona para decir alto y
claro que no todos los catalanes son iguales. Que hay una inmensa mayoría,
hasta ahora silenciosa y callada, que no traga con el nacionalismo segregador.
Que prefieren vivir dentro de una comunidad, España, que ha jugado un papel determinante
en Occidente, a la que pertenecen por derecho propio porque así lo decidieron
hace más de 500 años. La misma que los ha encumbrado, ayudado y socorrido
cuando ha hecho falta. Ellos se sienten tan catalanes como españoles y piden
nuestra ayuda. Quieren que los apoyemos, que no les demos la espalda para que
puedan celebrar su contra manifestación. No sabemos qué repercusión tendrá. Si
irán mil, dos mil o cuarenta mil. Eso es lo de menos. Lo único importante es
que no se sientan traicionados ni abandonados por defender unos colores en un
territorio hostil que los ha condenado y estigmatizado cuando menos como
fachas. El 12 de octubre puede ser una oportunidad única para poner un punto y
aparte en estos casi cuarenta años de dictablanda -pero totalitarismo al fin y
al cabo-, nacionalista.
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