sábado, 24 de enero de 2015

EL CUENTO

"Tomaré algún insecto apestoso para sobrevivir"


De pequeño, mi abuela nos solía recitar canciones y cuentos antes de irnos a dormir.

En muchos de ellos, el final feliz se traducía en que una bella princesa besaba a una rana o un sapo de aspecto infame y, transformado por el amor, el batracio daba paso a un príncipe de apostura inigualable que contraía, raudamente, matrimonio con la persona de sangre real que se había dignado en depositar las perlas de sus labios sobre su piel verdosa.

A veces, al lado de esta charca de agua sucia, me acuerdo con regularidad de tales historias y me domina la nostalgia, pues llevo aguardando años la realización de tal prodigio.

Mientras, mi vida transcurre en una lucha incesante por evitar ser comido por los peces o pescado por algún niñato aburrido que estrena caña; mientras trato de capturar para mi almuerzo algún insecto apestoso que me permita sobrevivir otro día como rana verde, croando inútil y estúpidamente a los grises y monótonos cielos que observo.

Nunca, durante estos años reptiles, apegado a una necesaria corriente de agua y entretenido en una terrible batalla por la supervivencia contemplé o me comentaron de alguna hermosa mujer, de rostro amable, vestida de galas y rodeada de servidumbre que se dignase, siquiera, acercase al rincón de agua encharcada donde transcurría mi monótona existencia.

Si acaso, vi pasar niñas aburridas, escapadas de colegios infames y de clases incomprensibles, a la búsqueda de aventuras falsas o de amores adolescentes, junto con señoras presurosas por sus múltiples quehaceres, embutidas en trajes desgastados por años de trabajo, servidumbre, matrimonio aburrido o, simplemente, miseria.

La rueda de molino
Desesperado estaba ya porque, algún día, se cumpliese la profecía de mi abuela y que, de verdad, el milagro se hiciese realidad, cuando, un día, de pronto, una pizpireta molinera se aproximó a mi cubículo.

Al principio, pensé con pavor que su pretensión era derivar a su zuda la parca corriente que sustentaba mi ámbito de vida o entretenerse arrojándome piedras, como tantos otros hacían; pero no, aliviado observé que me contemplaba complacida y sonreía amablemente al observar mi piel verdosa y mis ancas retorcidas y prensiles.

Ciertamente, no me pareció una dulce princesa de los cuentos de hadas; sino más bien una moza ruda y fuerte, algo cargada de años y hombros, acostumbrada al trabajo diario y al trasiego de sacos de harinas, pero mis ojos cansados aceptaron disminuir sus expectativas en términos de belleza por la realidad de un nuevo cuerpo humano, para poder salir de aquel reptil encierro.

Tras un cierto proceso de acercamiento por parte de la dama, que me pareció pareo nupcial o invitación a un íntimo encuentro, ya no escondía mi frágil cuerpo, cuando ella se acercaba y procuraba, entonces, aparecer más limpio y que mis “croacs” fueran más sonoros y rítmicos.

Por fin, llegó el día en que todos mis sueños se hicieron realidad y la, ya a mi entender, joven y agradable moza se dignó depositar un beso, siquiera seco y tenue, en mis arrugas.

"Estallido de luminosidad"


Como era de esperar, tras el correspondiente estallido de luminosidad, acompañado de una pléyade de colores y ruidos diversos, dejé mi cuerpo de asqueroso animal y me transformé en un hombre, gracias, sin duda, al poder transformador del amor y a la impresionante capacidad de un beso de tu dama por alterar, no sólo tu sustancia, sino también el mundo que me rodeaba.

Sin duda, me esperaban mágicas cosas y algún reino o castillo encantando estaba presto a servirme, pues mi molinera (un poco zafia y pueblerina, esto había que reconocerlo) sólo podía ser alguna Reina o castellana disfrazada bajo humildes alifafes, pero dominadora en ciernes de vastos territorios.

Poco tiempo después, contempladme, en el molino de piedra cabe al río, donde yace vuestro servidor, magro, sucio, casi desnudo, con las carnes estragadas por el trabajo diario y los malos tratos. Contempladme, tras esa pirueta, atrapado con cadenas a la rueda del molino, mientras que mi dama, con furia, me impreca por, a su entender, mi escasa devoción al trabajo de esclavo que me ha asignado y me azota en cuanto disminuyo el ritmo incansable de dar vueltas a la rueda que trajina el cereal.

Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

DOMINGO CARBAJO VASCO

Inspector de Hacienda del Estado

No hay comentarios: