jueves, 13 de septiembre de 2012

El pueblo Twitter decide qué es noticia

Se suscribe en casa del editor, qué arte



Asistimos a la autodestrucción creativa del periodismo. No se asusten, voy a intentar explicárselo. Las nuevas tecnologías han puesto al alcance de cualquiera ser informador. El pueblo Twitter tuitea lo que haga falta, desde la fecha de comunión de tu prima hasta su opinión sobre cómo bajar la prima de riesgo. Es lo que se ha venido en llamar «periodismo ciudadano», donde el más influyente de los informadores tiene el mismo espacio, 140 caracteres, que el primero que pase por la red con ganas de enredar. Una sentencia graciosa, un chiste soez, un lema de camiseta, tienen la misma validez, desde el punto de vista contable, que un pensamiento profundo de un autor de reconocido prestigio; (que por cierto se prodigan poco).
Este fenómeno nuevo lo aprovechan las empresas, los deportistas, los clubes de fútbol, los políticos, la Iglesia… todos quieren tener su parte alícuota del pastel de bits. Es gratis y bastante efectivo. Hasta el punto de que muchas noticias son noticias porque así lo ha decidido el pueblo Twitter: Borja, Marinaleda, Los Yébenes, Tordesillas… ¿Les suenan? Son el eccehomo restaurado, por llamarlo de alguna manera, la troupe de Sánchez Gordillo asaltando supermercados, el vídeo de la concejala masturbándose, el toro alanceado. Los retuits de estos temas  hacen que salgan  calificados como tendencias. Si a eso se añade unas imágenes en movimiento —sin ellas ya no hay información—, ya están fabricadas las noticias. El pueblo Twitter vota a golpe de click y nosotros obedecemos. Además, con el efecto planeta global, estas son las informaciones de España que trascienden plus ultra de sus fronteras. (Qué imagen para estos tiempos de crisis)
En la madrugada de ayer alguien colgó en la red, con foto incluida, un accidente de bicicleta en Sevilla con un muerto por conductor de automóvil temerario y borracho que lo atropelló. En un momento tuvo cerca de 700 reenvios. No era verdad, este redactor de noche tuvo que llamar a la Dirección General de Tráfico y a la Guardia Civil para confirmar que se trataba de otro de los muchos bulos. Los mismos que han matado ya a Fidel Castro varias veces en la web del pajarito. Pero el mal estaba hecho. Incluso una radio se hizo eco. Hoy, el que se colgaba la medallita por la «primicia», pide perdón porque de forma anónima alguien le «coló» una imagen de un atropello ocurrido en 2010, que para un periodista que trabaja en un diario es toda una eternidad.
Son las dos caras de una misma moneda. Ayudan y confunden. Si no estás en las redes sociales, te tachan de retrógrado; si participas y sigues a pie juntillas sus consignas, corres serios riesgos de equivocarte y tirar por la borda  muchos años de profesionalidad en un par de minutos.
Pero esto no es nada nuevo. Hace siglos existían en España miles de periódicos. Cada partido, barrio, feligresía, tenía el suyo propio. Era también una especie de «democratización» de la información, aunque fueran más efímeros y poco duraderos estos papeles que las promesas electorales de un político. Miren los que quedan ahora, centenarios como este ABC que tiene entre sus manos, pocos, muy pocos. No es fácil superar el referéndum diario de la verdad, la independencia y el buen hacer. La evidencia dice que no todos pueden ser ni periodistas, ni médicos, ni panaderos, ni abogados, ni albañiles, por muchas herramientas que faciliten el acceso al trabajo. Esto, que hasta el más necio lo entiende, parece molestar a muchos «creativos» que nos autodestruimos.

 PUBLICADO EN ABC DE SEVILLA EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 2012 

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