domingo, 29 de abril de 2012

Magdalena: demasiadas estrellas para el convento


Fuente a la entrada

Entre olivos e hierbas aromáticas

Entrada del hotel

Después de dejar Antequera a sus pies, el viajero se encamina por una empinada cuesta con múltiples vericuetos. A medida que avanza, el paisaje abandona su horripilante tributo de chalés de nuevo rico, ese “poyaque” de más y más habitaciones, esas patadas a la higadilla en forma de balaustradas prefabricadas, esas cubiertas a dos, tres y las aguas que hagan falta que son como dentelladas de sangre en la Andalucía rural, y un aire mucho más puro, con olor a hierbas aromáticas de campo, se va apoderando de la atmósfera. Tras recorrer unos tres kilómetros, en una inesperada curva, de repente, se vislumbra la majestuosa silueta del convento del siglo XVI, hoy conocido como de La Magdalena. No, no tenían mal gusto los religiosos a la hora de ubicar esos templos de oración, estudio, contemplación y trabajo. Al pie de El Torcal, rodeado de olivos, tomillos, encinas, majuelos… y con unas vistas impresionantes, como auténticos lienzos de la naturaleza, se construyó en 1584 el Convento de San Pedro de Alcántara. Como primera gracia, nada más llegar a sus puertas, una fuente de un solo caño pero cinco piletas escalonadas, rebosan de una en otra agua de la sierra fresca y de buen sabor.


Primer hotel, rural eso sí, de cinco estrellas de la comarca de Antequera


Estamos ante el primer hotel de cinco estrellas de la comarca de Antequera. Hotel rural, eso sí, que la propaganda del complejo se obstina en obviar este adjetivo nada baladí. No esperen lujos, ni asiáticos, ni de andar por casa, como que un botones le lleve el equipaje a la habitación. Hay lo que hay. Una rehabilitación bastante digna para los tiempos que corren hecha en el año 2009. Un mantenimiento regular tirando a malo, con puertas de emergencias atrancadas con un palo metálico, filtraciones de agua en muchos puntos de las cubiertas transparentes de cristal del spa y del comedor y humedades en los techos del tercer piso, quizás por haber cerrado el patio central con una montera. Un servicio de habitaciones bueno, pero que se olvida de poner entre las “amenities” un jabón de mano. Un personal amable y bien preparado, pero escaso. Por el contrario, podrá disfrutar del mejor emplazamiento de hotel que haya visto en mucho tiempo. De una más que aceptable cocina con unos precios ajustados para los tiempos que corren (un menú abundante por 30 euros y si elige restaurarse a la carta puede hacerlo más o menos por el mismo presupuesto). Por supuesto con platos únicos y originales.

Bóveda

Pilar con pinturas murales

Cierva herida

Bovedillas con vigas de madera

Patio central

Además, y estas son los puntos más importantes, el goce que transmite saber que no se han perdido las pinturas murales del convento y que se pueden leer ahora con toda nitidez; que la iglesia se ha recuperado en parte, desacralizada por supuesto, y ya no es el molino de aceite y almacén de grano y maquinaria agrícola en la que se convirtió cuando se adquirió en pública subasta en 1846 después de la desamortización de 1835 (cuenten mentalmente el daño producido por los años de abandono). ¿Merece entonces la pena verlo? Sí, por supuesto, es una joya por descubrir en un paisaje incomparable. Pero con dos advertencias, evite los fines de semana cuando se celebran bodas, bautizos y comuniones, y si su bolsillo se lo permite, alójese mejor en las habitaciones del propio convento y no en la ampliación de abajo, aunque entonces las promociones no le dejarán tan buen sabor de boca.


Las habitaciones de abajo tienen una pequeña huerta

Existen animales para disfrute de los más pequeños

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