martes, 28 de agosto de 2012

MAMARRACHOS

Buscan su minuto de gloria en las televisiones a costa de las miserias de los demás

 



A las cinco de la mañana una furgoneta destartalada con cinco hábitos blanquiazules se dirigía todos los días a Mercamadrid. Las misioneras de la Caridad tenían bula entre los asentadores para rebuscar entre la mercancía estropeada y llevársela. Entonces, estamos hablando de los años 80, su comedor social se encontraba en los bajos del convento de las Trinitarias, en pleno barrio de las Letras, donde encima pagaban un alquiler. Sus clientes, una legión de desamparados, eran de lo más pintoresco, auténticos desechos de la humanidad. Lo mismo había yonquis con la mirada perdida, que te costaba trabajo entenderles porque como ya no tenían más espacio en la piel se habían cosido la lengua a pinchazos para el caballo, que prostitutas completamente alcoholizadas. En ese ir y devenir barojiano de lucha por la supervivencia desfilaba lo más desgranado de la sociedad. Viejos con chaquetas roídas y sucias pero con un yugo y unas flechas relucientes en su solapa: aunque ganaron la guerra, en la paz les tiraron como colillas. Padres de familia con barbas ralas de abandono y dejadez, sin un techo que no fuera de cartón donde dormir. Señoras mayores con un destartalado carrito de la compra lleno de basura con el que pasear a todas horas su síndrome de Diógenes. Pobres de solemnidad, que alguna vez tuvieron dinero o clase, a juzgar por esos detalles tipo llevar un ajado pañuelo de paramecios anudado al cuello...


Como en ese semisótano sin ventilación se cortaba el ambiente con una cuchilla, las seguidoras de la Madre Teresa de Calcuta buscaban voluntarios, preferentemente varones, para repartir almuerzos. Allí fui testigo de musulmanes que les arrojaban con desprecio y odio el plato de lentejas al sari blanco e impoluto de las monjas, porque alguien les había soplado al oído que las habían guisado con chorizo y luego lo habían retirado de la perola. Por no hablar de esos bestias desalmados que perdían el control y se abalanzaban sobre las hermanas para intentar tocarlas. Y ni así, con este panorama, jamás, las vi perder la compostura, ni la sonrisa, en esos bellísimos rostros vírgenes de cremas o maquillajes. Además, de vez en cuando, venía una sorpresa en forma de regalo, como esos cochinillos asados (creo que nadie ha escrito esto antes) que todas las Navidades mandaba Juan José Rosón mientras fue ministro del Interior con UCD.

Me vienen estos recuerdos a la memoria cuando unos mamarrachos de IU y del SAT, que dicen ser antisistema y cobran todos los meses de él, asaltan supermercados o bancos para erigirse en bandera de los pobres. Buscan su minuto de gloria en las televisiones a costa de las miserias de los demás. No se dan cuenta que la «revolución» la iniciaron otros antes que ellos hace ya tiempo. Se lleva a cabo en esos cientos de comedores sociales repartidos por toda España, también en Sevilla, donde de forma anónima, constante y desinteresada se hacen milagros con cuatro viandas y media.


P. D. Ayer quise escribir sobre el monstruo de Bretón, pero se me bloqueó la mente pensando en mis hijas. No tiene importancia. Creo.


La fe de la madre Teresa de Calcuta en la humanidad

PUBLICADO EN ABC DE SEVILLA EL 28 DE AGOSTO DE 2012

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