martes, 20 de diciembre de 2011

Del paro al Pardo

"La letra D"
          
    Después de dos legislaturas, dos, de deslenguada dedicación a la destrucción de la convivencia nacional, destacándose con denuedo el ministro de Deportes en desempolvar dantescas y dolorosas desgracias derivadas de la desunión y el desamor entre españoles; devastaciones de hace más de siete decenios que, desde hacía muchos años, habían sido desterradas de nuestra más desconsolada memoria...
Decidido descaradamente con su deletéreo discurso a desintegrar la unidad de la patria, desarrolló una deplorable y desnortada demagogia para desacreditar a la Nación española, discutido y discutible concepto —conceto diría el otro—; le dio alas a los rancios nacionalismos o, lo que todavía deviene en más detestable, favoreció políticamente a quienes no denuncian el terror de la ETA, a los que en su delicuescente inanidad hasta llamó «hombres de paz»...
Denigró la autoridad y despreció la disciplina, siendo definitoria de su descoyuntada, descarriada y descentrada deslealtad hacia el país —provocada por un pensamiento dogmático, delirante y desfasado que sólo podía derivar hacia el desastre— su defección hacia cuanto significa España, cuya realidad, usos y costumbres ha pretendido deformar y desfigurar hasta descender a lo ridículo en su afán por descristianizar la sociedad, para lo cual la dictadura de la ideología dominó siempre frente los dictados del sentido común...
Deudas —¿queda algún español que declare no saber qué es el diferencial de la deuda o que no haya oído hablar de él?—, déficit, despilfarro, derroche, depreciación de la economía, disminución de la riqueza nacional, descalabro en suma por desdeñar en su momento las señales de alerta de la demoledora descomposición económica que se nos venía encima y que ha dejado al país derrengado...     
Dardos electorales arrojados hace muy pocas semanas por los españoles —hartos de estar hartos de que les tocasen en los dídimos— han terminado por derribar esta forma de dirigir un país. Dardos tan diestros, en definitiva, lanzados contra la desfachatez y la desvergüenza que han provocado un descalabro doloroso, tan doloroso que hay quien precisa de atención urgente en un dispensario. La deficiente digestión de tan dura derrota ha devenido casi en cólico miserere, a un paso de doblar las campanas y entonar el díes írae de las misas de difuntos...
Después de las desgracias y las deshonras, los desmanes y los despiporres, las desidias y las desesperanzas, los devaneos y los desvaríos,  las desatenciones y las descapitalizaciones, los desapegos y los desconciertos, las desaplicaciones y las deudas dejadas... ahora, en pleno y desabrido infortunio que desazona, con un déficit demoledor para una Nación depauperada, ahora ha quedado demostrado, o mejor al descubierto, que la letra D, con la que arrancan palabras como diálogo —tan deslustrada por haber sido desguazada de contenido— o como desgobierno —descompuesto y desconchado ha quedado el país tras la desafinada y disparatada gestión socialista—, esa letra es la que delimita tan descalabrado y decrépito período de nuestra Historia. Letra D con la que —deprimente designio— se desea desviar la atención en burda maniobra de despiste. La simple letra D, la quinta de nuestro abecedario, con la que también comienza la dicción derecha...
—¿Derecha? ¿Ha dicho derecha? ¡¡Diantre, el demonio!! Ojú...
Para distraer las miradas, una desvencijada idea de deleznable propaganda ha diseñado y difundido la especie de que los problemas —desdicha sobre desdicha— que mantienen destrozada a España no descansan sobre una deuda disforme y un descomunal paro —también denominado desempleo— que dobla el de la media de la Unión Europea y desuela a nuestro país. No. El problema que devasta a la Nación, delatado tras una diarrea mental, no es otro que la momia de Franco, que por decisión del Rey reposa en el Valle de los Caídos, un monumento que pretenden desarbolar y desmantelar, no descansa en el cementerio del Pardo.
Del paro al Pardo, media la letra D. El paro se trata de disimular. Lo importante, lo decisivo, es el Pardo...  Ahí, el desenlace a todas nuestras desgracias patrias.
¡¡Dios, quién lo diría...!!

ARTÍCULO DE JOSÉ MARÍA AGUILAR


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