viernes, 3 de octubre de 2014

Microrrelatos

ZEN.
El Maestro señala el camino, el discípulo se sienta en la vereda.


AGUA.
Sentí el roce del borde del mar en las plantas de mis pies, tibios de sol y arena. El día invitaba al baño y las inmensas aguas del Océano parecían acercarse a mi cuerpo, pidiéndome que penetrara en su interior, sin miedo y sin descanso.

Abrí los brazos a esa recepción y me adentré en ellas, nadé con alacridad y sin esfuerzo, plácidamente, gozando de la cálida luz de la maña.

A lo lejos, divisé una bandada de peces, y ansié (no sabéis cuánto) unirme a ellos.

Noté, de pronto, que se me abrieron branquias en el cuello, y que el sabor de la sal se mezclaba con burbujas de mi boca. Mientras, mis hermanos surcaban las ondas, dando saltos.


LEGIÓN
Nuestro comandante dio la orden de asalto. Los sonidos chirriantes del atambor, el pífano y la tuba aplastaron nuestros gritos y ahogaron nuestro miedo.

Sabía cómo luchar, me habían entrenado para el combate. Mi acerado cuerpo se junto con la loriga de mis compañeros, brazo con brazo, escudo con escudo, gladio junto a gladio. Formamos la tortuga de defensa y llovieron flechas.

Aullé, cuanto mis pulmones pudieron, avanzamos, combatimos sin descanso, sajé carne, me bañó la sangre, de dolieron las piernas de trabarme en la lucha, sentí el llanto…

Volví a gritar: “Soy legionario, soy invicto, soy héroe”. De pronto, nada se oía. “Soy muerte”, alguien respondió, y me cubrió el silencio.


Legionarios romanos

























DOMINGO CARBAJO VASCO
Madrid, 25 de septiembre de 2014.

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