miércoles, 16 de mayo de 2012

Una arcadia feliz



Caminando a ninguna parte

Imaginé un gimnasio del tamaño de una inmensa nave industrial. En una fila india, de varios miles de metros de largo, cada máquina de esas con una cinta sin fin tenía un monitor de televisión. Sin voz. No hacía falta. Cientos de hombres y mujeres caminaban a ninguna parte mirando la pantalla fijamente sin decirse absolutamente nada entre ellos. Era la gimnasia del nuevo milenio. El culto al cuerpo, la posibilidad de que el chándal se te pegara a la piel para demostrar con tu sudor que habías moldeado perfectamente tus carnes. Sudores, agua embotellada, asepsia en las duchas, pulcritud en los vestuarios. Sonó la campana y cada uno de los socios se dirigió al aparcamiento para montarse en su coche. Todos, otra vez en fila india, sin alterarse, y respetando con sacra educación los turnos, aguardaban ahora en la auto hamburguesería para hacer su pedido desde la ventanilla, sin bajarse. Tres alternativas con dos combinaciones: Vegetal, de vacuno y porcino, con tomate o mostaza. Dos tamaños, grande o mediano. Una vez saciada el hambre por la quema controlada de calorías, y bien repostado del refresco familiar de zarzaparrilla, todos los ciudadanos y ciudadanas de esta arcadia feliz, fueron a ver un espectáculo deportivo. Creo que era un partido de fútbol. Apasionante. (La pesadilla) 

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