Después de muchos intentos frustrados de pasearles por Alcalá -Sevilla es demasiado Sevilla para no dejarse imantar-, por fin logré que se quedaran en esta ciudad-dormitorio con algunas ínfulas de pueblo. Mis amigos son dos afamados periodistas de Madrid. Muy viajados e ilustrados. No se impresionan con cualquier cosa y había que ser sumamente exquisito a la hora de planificar el poco tiempo que traían. Lo primero, buscarles un alojamiento. El Hotel Oromana sigue teniendo ese aire decadente fin de ya no se sabe qué siglo. Primer acierto.
Segundo éxito: tapear por aquí. Huelga excusarme que no voy a dar nombres de bares porque en todos fuimos muy bien restaurados. Se pueden contar con los dedos de una mano, y me sobran dos, los sitios en los que haya salido malhumorado o jurando en arameo no volver por no amortizar bien el dinero invertido en viandas.
Remate de olé: las riberas del Guadaíra. El río y sus molinos de agua. El parque con sus fuentes aún manando agua limpia y cristalina en pleno mes de junio. Los patos y los cisnes. (Eso sí, evítese toda la zona de ese monstruo en forma de puente neo azulejito gauditano sin premio).
Todo iba sobre ruedas, cuando de repente, me pidieron parar en el aparcamiento de los pisos de San Francisco. Se quedaron boquiabiertos con la media docena de palmeras centenarias. Nunca habían visto unos ejemplares tan enhiestos y altos. Se acercaron para tocarlas, hacerse unas fotografías, disfrutar de este regalo. Les expliqué que fueron plantadas por los monjes cuando volvieron de las Américas. No entendieron que no estuvieran protegidas, sin ninguna barrera, al alcance de cualquier coche. Tampoco que no se las hubiera dejado un alcorque generoso a su alrededor, sino todo asfalto. Su indignación fue en aumento cuando les expliqué que eso mismo ya lo había pedido yo hace diez años (y que quitasen unas farolas clavadas en su tronco). La respuesta municipal de un ayuntamiento endeudado con 112 millones de euros fue entonces de libro: no hay dinero para una iniciativa privada porque la titularidad de esos árboles no es del consistorio. Menos mal que por ahora la naturaleza sigue siendo más sabia para sobrevivir que esa panda de politicastros que nos desgobiernan.
1 de Julio de 2011
1 de Julio de 2011
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